martes, 23 de agosto de 2011

Su vara y su cayado

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- Si quieres que Dios sea tu pastor, debes saber que Él deberá ser el dueño de toda tu mente, de toda tu alma, de todo tu corazón y de todas tus fuerzas.-

Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. (Salmo 23,4)

Este versículo del precioso Salmo 23 es muy interesante. Quisiera que utilicemos nuestra imaginación para entender su profundidad.

Imaginémonos que alguien está pasando por un “valle de sombra de muerte”, sólo y asustado, todo es oscuro y tenebroso, pero se dice a sí mismo “basta de miedos, no temeré mal alguno porque mi Dios está conmigo”. Y efectivamente Dios está con él pero tiene en una mano una vara y en la otra un cayado.

El hombre le dice: Señor, necesito aliento para continuar y salir de este valle. Y Dios… ¿Para qué creen que utiliza la vara y el cayado? Dice el Salmo “El Señor es mi pastor…” La vara era utilizada para arrear o golpear al ganado para que avance y el cayado o bastón (que tiene la parte superior curva) servía para atrapar y retener al ganado. (no sólo para apoyarse como unos piensan)

Es decir, la vara es la autoridad y la fuerza para que avances y el bastón es la autoridad y la fuerza para que no te vayas por donde no debes. Si quieres que Dios sea tu pastor, debes saber que Él deberá ser el dueño de toda tu mente, de toda tu alma, de todo tu corazón y de todas tus fuerzas.

En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.
(Mateo 11,25-30)


Una pregunta interesante respecto a esta lectura sería ¿qué le preguntaron a Jesús para que haya respondido de tal manera? Porque la lectura comienza con “En aquel tiempo, RESPONDIENDO Jesús dijo:…” Es decir, lo que Jesús hizo fue responder una pregunta. ¿Cuál? Me permito ensayar una. He imaginado que un maestro de la ley, sensato y digno le preguntó: “Maestro ¿Qué puedo hacer? Te escucho hablar con sabiduría en la carne y en el espíritu y mi corazón se agobia porque por muchos años he buscado a Dios, soy un hombre ya viejo y he cumplido lo que Él ordenó desde siempre, pero no lo he hallado más que en las escrituras, las he estudiado, las he aprendido, pero eso no me ha servido para encontrarlo, sin embargo tú Maestro, lo entiendes y lo conoces ¿Qué has hecho Tú para lograrlo y qué debo hacer yo? Ya estoy cansado de buscarlo y no encontrarlo…” Y Jesús respondió…

Dentro de su respuesta dice “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Manso y humilde en la personalidad es entendible aunque no es muy compatible con un espíritu de liderazgo como el que tenía Jesucristo, pero el añade “de corazón”. ¿Por qué? Es una manera de decir, “yo me rindo a la voluntad de mi padre, soy manso, hago lo que Él me pide, sin mayores preguntas y aunque a veces no estoy de acuerdo, siempre se hará su voluntad y no la mía, soy humilde, sé escuchar sin reprochar, no soy más que los demás ni menos que los demás, pero sé que soy diferente a los demás porque mi Reino no es de este mundo ¿acaso no son así los niños? Se rinden a los deseos de su padre y no dudan de su bondad, no se creen más que nadie, sólo viven para complacer a sus padres y para ser felices. Mi carga es hacer lo que mi padre quiere y no lo que yo quiero, y mi yugo es hacer incluso las cosas con las que no estoy de acuerdo o siento que no me convienen pero debe hacerse su voluntad. Mi carga es ligera porque para quien lo sigue todo obra para bien y mi yugo es fácil porque lo amo”.

La respuesta fue si quieres encontrar a Dios, debes saber que Él deberá ser el dueño de toda tu mente, de toda tu alma, de todo tu corazón y de todas tus fuerzas.

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